«Las antiguas monarquías, aunque brotadas así de la historia misma, eran tradiciones políticas vivas que poseían el poder de incorporar pacíficamente cuanto de útil y necesario traían los tiempos, asimilándolos a su propia sustancia, sin perjuicio de su unidad y continuidad. Porque aquellos regímenes estaban asentados en la naturaleza misma de las cosas podían federar pueblos diversos en una misma monarquía sin ofender su autonomía y personalidad, podían asimilar a su ambiente modos y estilos que habían nacido en otros países; podían incluso incorporar hábitos y sistemas ajenos de gobierno sin variar su propia estructura tradicional.»
Rafael Gambra Ciudad, La monarquía social y representativa en el pensamiento tradicional, 1954.
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